jueves, 19 de marzo de 2009
urbe
Pasos, pasos, pasos, vida, gente, ruido. Gente que camina apurada porque tiene 15 min. hasta volver al trabajo. Esos Quince Minutos que son vida propia pero se van en los celulares que son redes como telarañas que comunican a cada arañita urbana. Te llamo y me llamas cuando termine de llamar a Sergio que está llamando ahora a su novia porque la ve a la noche seguramente después de hacerle un llamadito. Pero por ahora nos comunicamos mentalmente. Nuestras mentes están unidas y los teléfonos no lo saben. Shh! No le digamos a nadie porque ayer mi vieja se enteró y me llamó preocupada “¿Cómo es eso de las mentes comunicadas? ¡Dejate de joder con eso!”. Justo después le sonó el celular. Era mi papá preocupado. Dijo que tenía una licuadora en la mente. Hablé con él y no me lo contó. Me dijo que me quería mucho y que cuándo nos vemos. A la tarde me conecté al msn y hablé con un chico que había sido un rey en mi mente cuando tenía dieciocho. Suena el teléfono. Atiendo. Otro rey. El de los quince. No se puede jugar con dos reyes a la vez. Hay que asesinar a alguno para salvarse. Me desconecto. Solo somos él el teléfono y yo. ¿Estamos solos? Me dice que quiere verme (¿para estar solos?). No, quiere verme para verme. Para mirarme, para escudriñarme con esos ojos de águila que veo una vez por año. Llegó ese momento del año. Ya está acá y lo creamos juntos. Todavía no llegó porque no es lunes. Arreglamos para vernos el lunes. El día más lindo de la semana. Lunes. Lunes. Un charquito de luna para mojar los piecitos. En esos Quince Minutos que nos dan en nuestros trabajos. Un cafecito. O mejor: un té con leche y medialunas. Pero sí o sí un cigarrillo. Y así se va la toxicidad del encuentro. Queda en el cenicero, aplastado y mojado. Con la leche que sin querer se me cae en la mesa. Y los nervios de nuestros cerebros vibran juntos, con una frecuencia similar. Porque estamos bien. Digo, viendonos.
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